lunes, 8 de octubre de 2018

DESPEDIDA AL GALOPE

DESPEDIDA AL GALOPE

En la grupa deslustrada de tu jamelgo malherido,
ya no se percibe la compañía del fiel Rocinante,
ni el ardor belicoso de Babieca,
porque tampoco existe ya,
ingenioso hidalgo que te desembarace de cordura,
ni mercenario caballero de mesnada
que te enseñe a llevar sobre los hombros
el pesado acero de esta gesta,
que no es hazaña,
ni consuelo,
quizá el eco de un ensueño,
la crónica de un viaje sin retorno,
el oxidado añil de un crepúsculo vencido.

Esa es tu montura,
un centauro trasnochado de amargura
que cabalga por los pastos de lo onírico,
avanzando a paso lento,
entre estrellas descarriadas y cenizas,
mitad hijo pródigo, mitad alazán,
compartiendo corazonada y razón,
sangre, osadía y entelequia,
ajeno a los dados del destino
y al solsticio de la lírica. 

Jinete extraviado, maneja bien las riendas
que te han de llevar
allá donde fenecen los sueños
y la promesa del mañana
destila pasión por los juegos de azar.
Cabalga errante y sin culpa,
que entre las losas del camino
descubrirás,
cómo el desahucio de las horas
no es condena,
ni canción,
ni tragedia,
sólo poemario de muerte,
epitafio de poesía.

Continúa cabalgando,
no dejes de trotar
sobre esa jaca de quimeras
que con tus manos de artista
moldeabas a voluntad.
Mientras, yo te recordaré
como un picador de pies descalzos
y cabello marchito,
penitente por el eco
de un otoño moribundo
de voces antiguas
y habitantes de coral,
de hojas pútridas que vagan con pesar
hasta sucumbir en las lágrimas
de algún desventurado mar.

Antes de marchar,
me preguntarás por última vez la hora,
y te responderé  que cualquiera es buena
para recibir un giro postal,
tras lo cual te encaminarás
como dócil vencejo,
hasta la trampa de la finita libertad,
donde todo es gélido invierno y quebranto,
donde la arena del tiempo se evapora
como la luz de un eclipse que se extingue.

Y mientras cabalgas tu montura,
henchida de soledad desnuda,
no olvides que yo también cabalgaré la mía,
y que no sólo tú marcharás
sin Rocinante ni armadura,
sin Babieca ni morrión,
sin el arrojo del rufián Campeador
ni la dulce chaladura de un manchego emprendedor.
Pues mi montura también es solitaria
y los molinos de la vida, un duro batallar.
Así que cabalguemos bien aferrados,
tú allá,
yo acá,
acunados por el repicar de la Luna
al compás de una guitarra lastimera en la oscuridad.

Y cuando la distancia se forje en ausencia,
recuerda que el mundo siempre llorará por ti,
mochuelo extraviado,
que partiste sin posibilidad de virar
y sin hogareño olivo de regreso.
Mientras, yo continuaré mi marcha
por este mundo frugal,
y aunque duela el esternón a cada paso,
tu recuerdo me apremiará a galopar
entre fangos y parcas,
desafiando al silencio de esta inmensidad.
Porque invocaré al dios del llanto y de la risa
cada vez que piense en tu mirada cristalina
de oro líquido y caoba,
paleta de colores inútil de imitar,
esa que sin permiso
te llevaste contigo un día,
a un eterno cabalgar.


A mi padre


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