DESPEDIDA AL GALOPE
En la grupa
deslustrada de tu jamelgo malherido,
ya no se percibe
la compañía del fiel Rocinante,
ni el ardor belicoso
de Babieca,
porque
tampoco existe ya,
ingenioso
hidalgo que te desembarace de cordura,
ni mercenario
caballero de mesnada
que te enseñe
a llevar sobre los hombros
el pesado
acero de esta gesta,
que no es
hazaña,
ni consuelo,
quizá el eco
de un ensueño,
la crónica de
un viaje sin retorno,
el oxidado
añil de un crepúsculo vencido.
Esa es tu
montura,
un centauro
trasnochado de amargura
que cabalga por
los pastos de lo onírico,
avanzando a
paso lento,
entre
estrellas descarriadas y cenizas,
mitad hijo
pródigo, mitad alazán,
compartiendo
corazonada y razón,
sangre, osadía
y entelequia,
ajeno a los
dados del destino
y al
solsticio de la lírica.
Jinete extraviado,
maneja bien las riendas
que te han de
llevar
allá donde
fenecen los sueños
y la promesa
del mañana
destila
pasión por los juegos de azar.
Cabalga errante
y sin culpa,
que entre las
losas del camino
descubrirás,
cómo el
desahucio de las horas
no es condena,
ni canción,
ni tragedia,
sólo poemario
de muerte,
epitafio de
poesía.
Continúa cabalgando,
no dejes de
trotar
sobre esa
jaca de quimeras
que con tus
manos de artista
moldeabas a
voluntad.
Mientras, yo
te recordaré
como un
picador de pies descalzos
y cabello
marchito,
penitente por
el eco
de un otoño
moribundo
de voces
antiguas
y habitantes
de coral,
de hojas
pútridas que vagan con pesar
hasta
sucumbir en las lágrimas
de algún desventurado mar.
Antes de
marchar,
me
preguntarás por última vez la hora,
y te
responderé que cualquiera es buena
para recibir
un giro postal,
tras lo cual te
encaminarás
como dócil
vencejo,
hasta la
trampa de la finita libertad,
donde todo es
gélido invierno y quebranto,
donde la
arena del tiempo se evapora
como la luz
de un eclipse que se extingue.
Y mientras
cabalgas tu montura,
henchida de
soledad desnuda,
no olvides
que yo también cabalgaré la mía,
y que no sólo
tú marcharás
sin Rocinante
ni armadura,
sin Babieca
ni morrión,
sin el arrojo
del rufián Campeador
ni la dulce
chaladura de un manchego emprendedor.
Pues mi
montura también es solitaria
y los molinos
de la vida, un duro batallar.
Así que
cabalguemos bien aferrados,
tú allá,
yo acá,
acunados por
el repicar de la Luna
al compás de
una guitarra lastimera en la oscuridad.
Y cuando la
distancia se forje en ausencia,
recuerda que
el mundo siempre llorará por ti,
mochuelo extraviado,
mochuelo extraviado,
que partiste sin posibilidad de virar
y sin hogareño
olivo de regreso.
Mientras, yo
continuaré mi marcha
por este mundo
frugal,
y aunque
duela el esternón a cada paso,
tu recuerdo
me apremiará a galopar
entre fangos
y parcas,
desafiando al
silencio de esta inmensidad.
Porque
invocaré al dios del llanto y de la risa
cada vez que
piense en tu mirada cristalina
de oro
líquido y caoba,
paleta de
colores inútil de imitar,
esa que sin
permiso
te llevaste
contigo un día,
a un eterno
cabalgar.
A mi padre